Entradas

Mostrando entradas de febrero, 2013
salvarnos del naufragio, no pudimos algo nos mantuvo acorralados con la vista fija en una roca enhebrados como dos agujas a punto de romperse y siempre creímos que éramos intocables que nunca el frío abriría ni tu pecho ni el mío que nunca el amor diría: “hasta aquí la lucha por arder” y que allí algo comenzase a apagarse no como un fuego fatuo sino como esa mano que de pronto aparece en el vidrio y todo la estructura comienza a temblar de miedo a la muerte de miedo a la muerte del amor de miedo a morirme de muerte de miedo a morirme de tu amor                                      pero no me morí vos tampoco te moriste y en orillas tan distintas nuestros rostros boquiabiertos las manos buscan caricias que atraviesen este desamparo el desamparo y la rabia de estas manos la rabia y la tristeza de este cuerpo alguna vez dijimos que éramos invencibles que éramos intocables que a este amor no lo maldecía ni el mismísimo demonio nada
y a mí me bastaba tu palabra para concordar el ritmo y el embeleso que tiene el cuerpo en la oscuridad que tiene el cuerpo y su profundidad de grito tu grito que hoy es un vacío que hoy es una urgencia de tomar y dejar la molestia, el sostén, el absurdo y el amor esa palabra que no tiene voz ni voto en esta boca muerta voz muerta boca triste tan triste que a mí me bastaría tu palabra para concluir
de esas cosas no podemos salvarnos, decíamos y empapábamos los cuerpos en agua tibia descascarando la rabia para dejarlo limpio y a oscuras si hay demasía de luz el cuerpo deja de respirar                                                    y con sus dedos tantea en busca de su propia noche de esas cosas no podemos salvarnos, repetíamos y pulsábamos la tecla del desengaño para que cuando vuelva el amor no nos agarre de los cabellos inclinados, boca arriba de esas cosas no podemos salvarnos, decíamos y apuntábamos con el dedo índice el libro que nos cortaba la respiración y nos hacía tan infelices y esperanzados con esa forma de entender la vida existen cosas de las que no queremos salvarnos aunque en ellas exista el dulce demonio mordisqueándonos los ojos la malicia, el desengaño y la dureza de esta jodida  vida
hay algo perverso en la acción de hincar el diente abrir la carne y detenerse a observar adentro este otro cuerpo y su llanto compungido el sexo: boca abierta que tiembla y no cesa de pedir pero qué  necesita ¿que mi piel se acostumbre a este hastío? no quiero no quiero creer en la dulce mordedura de ese otro de ése que no se sabe más que el nombre
mirarme al espejo y aterrada confesar la rareza en los ojos descubrir el síntoma del labio roto de la lengua muda y de la mano temblando mirarme y reconocer la insensatez el ridículo el miedo la desvergüenza burlarme de mi propio espejo y reírme atrevida
quiero creer que este temblor no es más que un indicio de que algo se ha alborotado y ha comenzado a crecer a expandirse a arañar la fosa íntima laberíntica imagen del deceso y el deseo está allí con ojos abiertos contemplando constatando de que esa luz de que esa bendita luz arañe bien profundo deje secuelas ¿y el miedo? ¿y el miedo de lo que vendrá luego del augurio? no es miedo es no creer en la posibilidad esto no debería suceder: y el ritmo en el cuerpo acaudalado delirando aterrado buscando qué añorando qué otro cielo otro lado del paisaje que existe cuando irrumpe el relámpago y todo se desborda y nada más importa que dicha contemplación
y el relámpago dulce de lo imposible ese que entra en la profundidad desolada y enciende la mecha derrama explora sediento la piel insomne ¿existe?
07/02/2013 Escribir con el ímpetu intacto. Contener, sin embargo, tantísimo. No es cobardía. Es simplemente no querer confesarse consigo y con otros. ¿Y qué? No quiero demostrar sentimiento alguno. No quiero. Y punto. Un objeto, digamos un cuerpo, comienza a temblar, en medio de la sombra que agita el cuerpo; en medio de la noche que está allá afuera. Un cuerpo como cualquier otro. Salvo que éste tiene miedo y no lo dice. Tiene frío y no se cubre. ¿Por qué?
Boquiabiertos sin nada más que decirnos caminábamos en grande
De repente el ojo queda detenido en un objeto, digamos un pájaro que está tendido en una rama oscura; él está allí, silencioso, mientras mis ojos lo miran. Lo recorren. Piensan en la forma en que se transforma el espacio con un simple parpadeo. Por ejemplo, si de pronto el pájaro alzara el vuelo y se perdiese en la inmensidad, detrás de todo eso, qué habría detrás de todo ese vacío que representó la huida de esa ave. ¿Mis manos escribiendo y temblando mientras escriben, qué exactamente? Ese paisaje, ese en el que los dedos teclean apresuradamente para no perder la imagen, también se diluye, se transforma, acontece, acaba. Y el vacío. Aunque no haya un pájaro tendido en el fondo del patio, en la rama oscura, latiendo, viviendo.